El coloso en llamas
En 1974 se estrenó con el título original Towering inferno (John Guillermin, USA) la que puede que sea una de las mejores películas de catástrofes de todos los tiempos: El coloso en llamas.
Pese a las décadas transcurridas desde su lanzamiento, y también gracias a las contundentes interpretaciones de Paul Newman y Steve McQueen -amén de contar con banda sonora del magistral y oscarizado John Williams-, el filme conserva una especial frescura en su mensaje. La racanería en el uso de materiales de construcción en la que pretende ser una de las más formidables estructuras diseñadas por el hombre, unida a la imprudencia y soberbia en la gestión del siniestro, desencadenarán en el filme una fatal tragedia que terminará cobrándose varias docenas de vidas de algunas de las personas que disfrutaban de la espectacular fiesta de inauguración en la última planta del edificio.
En 1978, unos pocos años más tarde y en España, dábamos comienzo a un colosal proyecto común que se forjaría sobre el pilar más trascendental de cualquier democracia: la Justicia. Pese a que la transición de un sistema casi inquisitivo a nuestro modelo actual de administración de justicia no fuera tarea nada sencilla, puede decirse que sus cimientos fueron ejecutados de manera satisfactoriamente sólida. Y desde entonces hasta nuestros días cabe afirmar que hemos venido disfrutando de una estructura judicial que merece su correspondiente reconocimiento.
Sin embargo, en la fiesta en la que venimos instalados desde hace unos años, no hemos sido capaces de reparar y advertir del riesgo inminente de colapso que acecha a nuestra aparentemente sólida Justicia. Porque cada ataque que se le destina desde el gobierno de la nación. Cada tuit y comentario que le dedican últimamente ministros o diputados de determinado sesgo político. Con cada resolución judicial que es tildada injustamente de política por no comulgar con los designios del Ejecutivo.
Por cada Juez que es zaherido y señalado personalmente en medios y redes sociales por no haber dictado una resolución judicial acorde con el pensamiento único en el que parecemos estar instalados de una parte hasta ahora. Por cada órgano judicial que es usado como impúdico cambalache entre políticos de uno y otro signo. Con cada intromisión del poder ejecutivo en el judicial en forma de indulto y corrigiendo desacertadamente decisiones de órganos judiciales. Y con cada juicio paralelo al que se somete para escarnio público a determinados investigados, se socava paulatinamente la aparentemente sólida estructura de nuestra Administración de Justicia.
Adicionalmente, venimos asistiendo mudos a ciertas modificaciones en "las instalaciones" de la administración de Justicia que han comenzado a dar muestras de una preocupante fatiga, cuando no de una inquietante señal de alarma que parecemos no advertir mientras disfrutamos de las comodidades del Estado de Derecho. Así sucede, por ejemplo, con la fatídica alteración del principio básico de la carga de la prueba en ciertas jurisdicciones penales.
También con el cada vez más vilipendiado principio de presunción de inocencia, que se defiende o se orilla, sin más, en función del sexo, color político o nacionalidad de quien es judicialmente investigado. Por no hablar de la aberración jurídica que suponen actuales dogmas de fe como el inefable "hermana, yo si te creo", que algunos pretenden incorporar como un principio básico más del Ordenamiento Jurídico, o de considerar, por que sí, como víctimas de violencia de género a quien los tribunales de Justicia no han catalogado como tal por hallar inocente al pretendido agresor.
Todo lo anterior, está comenzando a correr por el sistema de la Administración de Justicia como llamaradas que se propagan por los conductos de ventilación del Estado de Derecho. Y ya han prendido en los pisos más bajos de nuestra colosal Justicia. Si no lo detenemos a tiempo; si dejamos que el actual estado de crispación y manipulación política de la Justicia continúe in crescendo; si no somos capaces de hallar la forma de sofocarlo adecuadamente sin buscar soluciones "baratas" que no hacen sino desprestigiarla, llegará el día en que sentiremos el calor abrasador al otro lado de nuestra puerta y, quizás, entonces quizás, será demasiado tarde para encontrar una fórmula que no implique el sacrificio de muchos en la defensa de ese majestuoso e imponente edificio que resulta ser la Justicia.
Es necesario buscar soluciones que corrijan posibles disfunciones y riesgos de incendio en la Administración de Justicia, y para hacerlo bien podría valer el ejemplo del final de la película El coloso en llamas, cuando el jefe de bomberos espeta al arquitecto que, antes de idear cualquier superestructura, de levantar colosos para mayor gloria de los arquitectos, convendría consultar previamente el criterio de los bomberos que, a la postre, serán los llamados a combatir las llamas.