La peor película de la historia, por Pedro Sánchez
The Room (2003, Estados Unidos) ha sido catalogada unánimemente como la peor película de la historia del cine por todas las publicaciones especializadas en el séptimo arte. Su director, protagonista, productor y guionista, Tommy Wiseau, concibió originariamente la cinta como un melodrama (al estilo del dramaturgo Tennesse Williams) centrado en la historia de una pareja, que transcurre en el interior de una habitación en la que no deja de entrar gente. Sin embargo, la impericia de Wiseau convirtió involuntariamente a la película en una comedia, cosechando un rotundo fracaso en taquilla gracias a unas interpretaciones incalificables, unos diálogos imposiblemente absurdos y una escenografía chapucera que incluye, para deleite del espectador, la sustitución a mitad del metraje de un actor por otro interpretando el mismo personaje.
En realidad, el filme está rodado para mayor gloria de Wiseau, y ese mesianismo del director se percibe sin sonrojo en cada uno de los fotogramas de The Room, una película en la que la que Wiseau, hablando por boca de los personajes femeninos, admite, sin más, que le "gusta cambiar de opinión constantemente".
El drama con final previsible que nos regaló Sánchez hace unos días a cuenta de su relación de pareja, encerrado junto a Begoña Gómez en su habitación de la Moncloa mientras personajes como Koldo, Ábalos, Barrabés, Tito Berni o Puigdemont entraban y salían del escenario político español, lleva camino de convertirse, al igual que The Room, en un estrepitoso fracaso de taquilla, tanto aquí como en el resto del mundo.
Aunque, mientras The Room puede disfrutarse como una comedia (y así la vende ahora Wiseau adaptándose a las críticas), el bodrio político que desde hace muchos meses lleva perpetrando el presidente del Gobierno de España ni puede ser interpretado en clave de humor ni, y esto es lo peor de todo, puede criticarse, so pena de ser automáticamente tachado de maligno creador de bulos o un ser indigno proveniente de la fachosfera.
La trama resulta evidente, casi pueril: se trata de amordazar al disidente, al que no opina como Sánchez y sus socios de legislatura
La trama resulta evidente, casi pueril: se trata de amordazar al disidente, al que no opina como Sánchez y sus socios de legislatura. La desfachatez de querer regular previamente los contenidos de los medios (¿cómo? ¿a todos? ¿con qué criterios?) choca tan frontalmente con el derecho fundamental a la libertad de información y expresión garantizados en el artículo 20 de nuestra Constitución, que causa profundo bochorno sólo que el Ejecutivo esté planteándose la posibilidad de hacerlo.
No menos desazón produce que Sánchez, en tanto presidente de España, y tras su dimisión interruptus, haya tenido el atrevimiento de comparecer -y usar- a determinados medios para denunciar ser víctima, junto a su mujer, de un supuesto y dichoso lawfare. El comportamiento trumpista del presidente no tiene parangón en nuestra historia democrática y supone un grave ataque al Poder Judicial, del que éste es el enésimo ejemplo con el que Sánchez y su Gobierno obsequian a la ciudadanía.
Al contrario que ocurre con The Room, el argumento de la política de Sánchez jamás tuvo gracia: ni antes, ni durante, ni después. No hay forma de congraciarse con un guion que está llevando al pueblo español a desconfiar cada vez más de uno de los pilares más sólidos de cualquier democracia: la Justicia.
El argumento de la política de Sánchez jamás tuvo gracia: ni antes, ni durante, ni después. No hay forma de congraciarse con un guion que está llevando al pueblo español a desconfiar cada vez más de uno de los pilares más sólidos de cualquier democracia: la Justicia
Desde el inicio de la película como presidente de todos los españoles, Sánchez ha volcado muchos de sus esfuerzos en desacreditar a la Administración de Justicia. Ha cambiado de opinión -como las mujeres de The Room- constantemente: respecto de los indultos, primero, como sobre la amnistía, después. Puso en la picota al Ministerio Fiscal haciendo unas desafortunadas, y ya tristemente famosas, declaraciones. Lo remató nombrando a un fiscal General del Estado cuyas polémicas decisiones transcurren entre una condena del Tribunal Supremo por desviación de poder (en el caso del nombramiento de Dolores Delgado como fiscal de sala) y la retirada de la acusación por terrorismo en los casos instruidos en la Audiencia Nacional contra Puigdemont y Tsunami Democràtic.
También modificó al antojo de los condenados por el procés nuestro Código Penal para eliminar el delito de sedición y rebajar el de malversación.
Y ahora da pábulo a la teoría del lawfare, preconizada por algunos de sus socios de gobierno, cuando un juez -y también ahora la Fiscalía de Madrid- osan husmear en las actividades de su mujer. Gracias a ello, ahora hay una horda de políticos y periodistas asediando a un juez instructor y, cómo no, a su hija y familia.
The Room ha sido catalogada como la mejor peor película del mundo. Wiseau, convertido ya en un icono del cine trash, ha visto como en 20 años su obra ha pasado a ser una obra de culto, con remakes, documentales y quedadas en cines de todo el mundo para visionar su película entre risas, lanzamientos de objetos y recitales de sus diálogos en voz alta.
No parece necesario que transcurran 20 años para que la película de Sánchez sea catalogada como la peor de la historia de España. Ni siquiera como la mejor peor. Y dudo que alguien jamás pueda siquiera esbozar una sonrisa cuando contemple la obra de (Tommy Wiseau) Sánchez: repleta de escenas desenfocadas, diálogos absurdos, actores sin arte y un presidente que se jacta de sus continuos cambios de opinión.
Víctor Sunkel, abogado, Sunkel & Paz Penalistas.