Ninguna buena acción queda sin castigo
Como dijo el brillante y genial cineasta del siglo XX Billy Wilder, "ninguna buena acción queda sin castigo", siendo ésta una frase que no para de martillearme machaconamente la mente cada vez que leo noticias relacionadas con el devenir procesal del denominado juicio del procés ante el Tribunal Supremo, el cual –pese a mi condición de letrado– trato de seguir como mero e imparcial espectador.
La disertación del icónico Wilder no es más que una llamada de atención sobre la bondad y la maldad, sobre que nuestros mejores actos pueden, triste y paradójicamente, acarrearnos las más gravosas e insospechadas sanciones…. Y sí, estoy pensando en la magnanimidad que está teniendo el Tribunal Supremo para con determinadas actitudes procesales –y materiales– de los encausados y la respuesta que tendrá nuestro Alto Tribunal en caso de que su fallo no sea de signo absolutorio.
En efecto, a nadie se le escapa que el Tribunal Supremo quiere evitar que, en caso de que se acabe dictando una sentencia condenatoria respecto de los políticos encartados, estos últimos (en comandita con su nutrido aparataje político y propagandístico) puedan proclamar a los cuatro vientos que han sido víctimas de una suerte de proceso inquisitorial, injusto y arbitrario llevado a cabo ante un tribunal político.
Pero, mucho me temo que, si la sentencia es condenatoria, todos los esfuerzos del Alto Tribunal habrán sido en balde. Si hay condena, el linchamiento por parte de los independistas estará servido en bandeja de plata, y lo articularán de suerte y manera que resople allende los mares. No faltará una sola organización internacional pro derechos humanos y contra la tortura y el genocidio que no reciba la correspondiente queja sobre tan aquelárrico proceso.
Los políticos enjuiciados (y toda su troupe mediática) no vacilarán ni un instante a la hora de cargar contra el Tribunal Supremo, por más que éste les haya concedido lo que a ningún acusado -ni respecto de ninguna causa criminal- se haya dado jamás.
Soy consciente de que el juicio del procés tiene sus particularidades y de que no ha habido otro procedimiento similar en nuestra historia judicial reciente. Tampoco soy ajeno a que nuestro sistema judicial, merced a los certeros y astutos movimientos propagandísticos de los acusados, está bajo la lupa de múltiples organismos internacionales. Pero nada de esto puede justificar que los acusados, y sus direcciones letradas, puedan disfrutar de prerrogativas y prebendas de todo punto proscritas para el resto de los justiciables de a pie.
Como no puede ser otra manera, entiendo la sensibilidad y el tacto que está teniendo el Tribunal Supremo para con los enjuiciados y sus postulados defensivos, pero no dejo de pensar en que el artículo 14 de la Constitución Española afirma que todos somos iguales ante la Ley, sin que quepa ningún tipo de trato discriminatorio.
Sentado lo anterior, quiero reseñar que al inicio de las sesiones del juicio oral, con la verbalización de las denominadas Cuestiones Previas por parte de las diferentes defensas de los acusados, comprobé con asombro y estupor que dichos "alegatos", lejos de atender a las cuestiones técnicas y jurídicas que prevé nuestra Ley de Enjuiciamiento Criminal al respecto, no eran más que soflamas políticas.
De un lado, me sorprendió que alguien osase (dicho sea con los debidos respetos) a cometer tamaño sacrilegio ante, nada más y menos, que el Tribunal Supremo. De otro, que los Iltmos. Magistrados de nuestro más insigne Tribunal, permitiesen que las defensas (unas más que otras) se alejasen abierta y tendenciosamente de los cánones que marca nuestra Ley procesal penal.
Desde mi humilde punto de vista, me atrevo a decir que tal generosidad procesal pocos letrados podrán afirmar haberla disfrutado, máxime ante un Tribunal que se caracteriza por la rigurosidad en la interpretación de los requisitos formales.
Tras el espectáculo del primer día de juicio, hoy he podido constatar como Oriol Junqueras, pese a acogerse a su derecho a no responder a las acusaciones ni al Ministerio Fiscal, se ha permitido organizar un verdadero mitin político, lo cual está, a nadie se le escapa, totalmente proscrito en nuestro Ordenamiento Jurídico.
Lo dicho. Por muy bondadosa y aterciopelada que se muestre la Sala de lo Penal del TS, si hay condena no habrá piedad con ella por parte de los damnificados, pues, como dijo Billy Willer, "ninguna buena acción queda sin castigo".
Israel Paz es doctor en Derecho Penal y socio de Sunkel & Paz Penalistas.